martes

REFLEXIONES DE UN JUBILADO (4)

CUANDO ERAMOS JOVENES

Cuando éramos jóvenes, teníamos prisa por cumplir años. Como adultos, nos citábamos los  domingos por la mañana en la cafetería de la plaza del barrio para tomar el aperitivo con el escaso dinero que habíamos podido conseguir. Alargábamos el refresco o el vermut todo lo que podíamos y así pasar el tiempo sin tener que pedir otro nuevo, observando con pesar como el contenido al final se quedaba aguado en el fondo del vaso. Creábamos planes para el baile de la tarde que nosotros en Madrid, llamábamos guateque. Nos hacíamos confidencias tratando de aparentar gran conocimiento en cuanto a chicas se refiere y experiencias que solo existían en nuestros deseos.

Cuando éramos jóvenes las molestias físicas y dolores articulares, eran patrimonio de los demás. A nosotros solo nos preocupaba la postura en el baile para sentir el calor femenino en nuestro cuerpo.

Cuando éramos jóvenes, un poema era una idea, una flor un mensaje, una melodía una ocasión y una sonrisa una invitación.

Cuando éramos jóvenes, un estremecimiento entre nuestros brazos llenaba de gozo el atardecer.

Cuando éramos jóvenes, la penumbra en el apartado rincón, se convertía en nuestra aliada, guardando secretos del corazón.

Cuando éramos jóvenes, un susurro en el oído, se convertía en la mejor canción.

Cuando éramos jóvenes teníamos el baúl de los recuerdos a medio llenar y las alforjas del futuro plenas de ilusión.

Cuando éramos jóvenes, los caminos no tenían fin y el despejado horizonte, nuestro destino.

Cuando éramos jóvenes no conocíamos el valor del dinero ni el precio del riesgo.

Cuando éramos jóvenes llevábamos la amistad en una mano y el sentimiento en la otra.

Cuando éramos jóvenes creíamos que todo el mundo era bueno.
Cuando éramos jóvenes, éramos imprudentes, soñadores, atrevidos, nos gustaba el riesgo y valorábamos mas la aventura que el prudente consejo.

Nos mecíamos en sueños con los ojos abiertos y prisa por cumplir objetivos, por abrir puertas y ventanas, quemando etapas.

Nos enamorábamos todos los días y cada desengaño nos rompía el corazón. Jurábamos no volvernos a enamorar y ese propósito duraba hasta que volvíamos a encontrar a la mujer de nuestros sueños al domingo siguiente en el baile, paseando por la calle, en la plaza, en el instituto, o en la universidad.

Éramos románticos porque la sociedad del momento, así lo exigía. No valorábamos los bienes materiales, no porque fuéramos desprendidos, sino porque la carencia del momento así lo imponía. Y al no poder almacenar bienes, almacenábamos sentimientos.

Nos revelábamos contra todo lo que venía impuesto. Esa era la exigencia primigenia de nuestra juventud: la lucha contra la imposición. No sabíamos muy bien a lo que nos revelábamos, contra lo que luchábamos, pero lo hacíamos convencidos de tener razón.

Luchábamos contra la sociedad, contra los consejos familiares, contra nuestros parientes, contra nuestros hermanos, y llegado el caso, contra el mundo entero. Éramos lo que entonces se conoció como rebeldes sin causa.

Hoy, a mi edad, el recuerdo preñado de nostalgia me hace sonreír de la fuerza de aquellos sentimientos, a la par que me entristece comprobar cómo se han ido perdiendo anteriores valores  que con  el transcurso del tiempo se han convertido en desperdicio social, más que en virtudes que se deberían preservar.
Posiblemente debería sentirme afligido cuando observo que el recuerdo se torna imagen y la imagen se vuelve borrosa, pierde perfiles que se desgajan en girones azotados por la nebulosa del tiempo.

Que lo que antes solo era un reto, ahora se convierte en misión de imposible cumplimiento.

Que razonamientos de lógica que se resolvían sin más costo que el método, me observan ahora con burlona muesca de improvisada y mermada capacidad de razón. Que el conocimiento y el saber producto del estudio, va desapareciendo entre arrugas de piel de impertinente consistencia.

Que el entendimiento se vuelve frágil, el oído duro y la palabra se pierde con facilidad entre el deseo de ser y la capacidad de poder.


Que solo el sentimiento permanece altivo, aunque a veces pierde el horizonte.

Que los signos convencionales se vuelven jeroglíficos y la pretensión de ser, trasnocha entre el ocaso y la penumbra del incierto amanecer.

Sin embargo ante estas evidencias de apresurado transito que muestran estas secuelas de quebranto, siempre que tengo oportunidad, elevo los ojos para dar gracias por el tiempo concedido por el Hacedor, que me ha permitido conocer la vida en todo su esplendor y la belleza que encerraban en su interior algunas de las personas que conocí y que desgraciadamente, atesorando mayores meritos que los míos, se quedaron por el camino.
Naturalmente que a algunos, aun nos queda el espíritu de aquellos años que aún se conserva joven y dinámico para  disfrutar de sensaciones y  echar una mirada al pasado para ver el futuro con filosófica esperanza.

EL DESPERTAR DE UN SENTIMIENTO

Como ya sabéis, soy veterano paracaidista. Acudo a todos los eventos que la BRIPAC (BRIGADA PARACAIDISTA) y los veteranos organizamos y en la que indefiniblemente vamos dejando girones de sentimientos almacenados que nos sirven para mantener vivo y joven el espíritu aventurero creado durante nuestro paso por estas fuerzas especiales de elite.
Empleo la palabra "veterano", en toda su acepción, por lo que implica de acción, sentimiento y nostálgicos recuerdos. Hay quien la emplea para disimular la edad porque odian que les llamen "mayores", "ancianos" e incluso porque haberlos haylos que nos dicen "viejos". A mí me da igual. Siempre he mantenido que la edad se lleva en el espíritu que es el que mueve el   deseo de vivir y acorde a él, nos manifestamos en nuestro día a día. Hay jóvenes que parecen ancianos y ancianos que no lo son tanto por el  espíritu de juventud que mantiene su ánimo.
Como quiera que al no poder hablar en estas páginas de política ni de religión, los temas a tratar quedan muy limitados y con el fin de no aburrir al personal con monotemas que terminan por ser cansinos, voy a contar también, con vuestro permiso, algunas anécdotas -no muchas- de mi paso por la BRIPAC, que fue donde se empezó a moldear mi carácter como adulto (tenía 19 años cuando ingresé en paracaidismo) y que sirvió para mi trayectoria posterior en mi transito por la vida.
Voy a empezar con este pequeño documento que de alguna forma, plasma fielmente el sentimiento, el poso de nostalgia que  casi todos, por no decir todos los paracaidistas, sentimos de nuestro paso por estas fuerzas especiales.
La otra noche trasteando entre mis recuerdos musicales, encontré la grabación de un toque de silencio que guardaba con mucho cariño.

Nada más verlo y reconocer lo que era, supe lo que iba a suceder. Mi mente decía "NO" pero el impulso nacido desde la nostalgia, desobedecía la imperiosa negativa impuesta por el corazón...!VAS A SUFRIR! me repetía la razón, conociendo de mis sentimientos.

Mi dedos jugaban al escondite mientras se maliciaban el momento. !En el fondo, solo se trataba de ver cuándo!
Una incertidumbre revoltosa que prolongaba la angustia parecía divertirse poniendo a prueba la fuerza de la voluntad.

Cerré los ojos y me abandoné por un momento. Aquel instante de debilidad, de flaqueza fue aprovechado por ese halo malicioso que hizo añicos la débil resistencia que ofrecía el núcleo de mi ser.

Mientras maldecía mi ingenua oposición, un toque profundo, metálico, hiriente, se clavo en lo más hondo de mi corazón. Aquel lamento de notas profundizó en mi alma soliviantando sentimientos. Cada nota era una lagrima, y cada recuerdo un desgarro sentimental.

La noche se detuvo. La magia musical impuso su voluntad doblegando sentimientos, y la impotencia por sucumbir ante la debilidad, tomó su razón de ser.

El lamento musical destapó el arca donde guardo los recuerdos adormecidos entre sentimientos. Y aunque no están todos los que son, si es cierto que no sobra ninguno de los que hay.

Mis ojos se cerraron y mi corazón se abrió como se abría en aquellas lánguidas noches cuando el sonido lastimero traspasaba sin ninguna dificultad muros y ventanas adueñándose del tiempo y del espacio trayendo a mi mente imágenes de mi casa, de mi padre, de mi novia.....

Noches eternas de jóvenes suspiros y melancólicas añoranzas impuestas, que las notas alargadas en su tristeza, convertían en impacientes deseos que traían el reflejo del hermoso rostro de una joven mujer, ahora marchitado con la huella del tiempo marcado sobre la piel.
La humedad provocada por una  furtiva lagrima me despertó de la ensoñación para comprobar que el lánguido lamento metálico del cornetín había concluido.
Guarde de nuevo la grabación donde había permanecido olvidada durante largos años, pero no los sentimientos y el recuerdo despertado al compas de su sonido. Sentimientos y recuerdos que aquella noche me acompañaron en mi soñar despierto hasta que Morfeo piadoso cerro mis ojos vencidos por la carga de la emoción.

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