Nostalgia=Frustración
Siempre que
llegan estas fechas navideñas, la nostalgia se apodera de mi
espíritu. No solamente me pasa a mí, le pasa a mucha más gente.
Nos volvemos lacrimógenos, de sensibilidad a flor de piel y
tembleques otoñales, que por aquello de guardar las apariencias,
disimulamos como buenamente podemos. No está bien visto por la
juventud que nos acompaña esos días, observar al abuelo en estado
calamitoso, con ojos enrojecidos y la tensión disparada, a punto de
fastidiarles la fiesta.
Decía que
son fechas entrañables, para vivir en familia, al calor del hogar y
que para algunos, se convierten en un derroche de sentimientos.
Se añoran
familiares, amigos ausentes y también desaparecidos que quedaron por
el camino. La alegría del encuentro tiene un sabor agridulce. La
nostalgia se mueve en la balanza en contrapunto con el goce,
manteniendo un precario equilibrio. Son momentos en lo que todo
alcanza una dimensión con diversos y múltiples colores que a pesar
de la humedad en los ojos, hace la visión más clara despertando
deseos que el resto del año duermen el plácido sueño de la
indiferencia.
Felicitamos
con nuestros mejores deseos, y pedimos paz, fortuna, salud, amor y
cuantos parabienes seamos capaz de imaginar para todos aquellos que
quieran leernos y escucharnos.
Y en ese
deseo me mantengo con la esperanza de que ahora, cuando la crisis
ataca con mayor virulencia a este país, antiguamente llamado España,
la lucidez sea alguna de las virtudes que alcance, aunque sea por vía
divina, ( por aquello de que estamos en Navidad y los milagros, ya
que por vía de conocimiento, va a ser que no), a tanto desahogado
que solo piensa en beneficio propio.
Deseo que
amplio a que el sentimiento de solidaridad sea la nueva moneda de
cambio frecuente entre el pueblo, y el deseo de prosperar todos
juntos, la nueva filosofía de este país
Y es
entonces, cuando más álgido es el sentimiento, que te encuentras
que en la televisión, aparece un presentador o presentadora
felicitando las fiestas con un video con canciones en ingles....!Y
digo yo!, ¿Es que no tenemos en España suficientes canciones
navideñas o villancicos en español, como para que nos venga a
felicitar unas fiestas tan nuestras en ingles?
Seguro
estoy, que en esos países de habla inglesas, cada vez que felicitan
las navidades a la ciudadanía, lo hacen poniendo canciones en
español..!No, si ya te digo!...Si es que somos de un buenismo que no
hay por donde cogernos.
Estamos
llegando a un extremo, entre los que quieren eliminar todo lo que
suene a religión católica y los que, aceptándola, intentan
introducir pasajes ajenos con ánimo de no ofender a los que reniegan
en idioma propio y alejados del culto que denostan, que poco a poco
cualquier parecido con la realidad, será pura coincidencia que a
duras penas se mantendrán en el espacio y el tiempo.
Lo que se
busca por muchos de estos intrépidos adalides del buenismo, es
aquello que estudiamos y tantos quebraderos de cabeza nos dio en
nuestra época estudiantil: "Acción=Reacción", y que me
vale como contraposición al título de este lamento mío.
No quiero
despedir esta ultima reflexión mía, sin felicitaros y desearos que
tengáis unas magnificas Fiestas Navideñas , y que el año
próximo venidero, la Paz, la Salud y la Felicidad, sean los
personajes que visiten con más frecuencia vuestros hogares
EL CURANDERO
Os voy a contar una
historia escuchada cuando yo era niño, es decir...!hace ya mucho
tiempo!
Es verídica y viene a
certificar algo que la experiencia me ha venido demostrando a lo
largo del transcurrir de mi vida.
Es una historia que por
su simpleza no deja de tener su gracia lo que le otorga un encanto
añadido.
Había una vez en un
pequeño pueblo de la Galicia profunda, un hombre que sufría de
continuos dolores de cabeza, mareos, catarros, cefaleas......
Aquel hombre se llamaba
Manuel, y a la altura de esta historia, había visitado ya todos
los médicos de la zona, sin que ninguno pusiera remedio a sus males.
A lo máximo que llegaban, era a unos alivios momentáneos. Ninguna
de las terapias seguidas habían dado resultado.
Desesperado, consulto con
un amigo, quien le recomendó visitar a un famoso curandero que vivía
allende las montañas, alejado del mundanal ruido de la comarca, a lo
que se negó. El no creía en esas cosas.
Razonaba que si la
ciencia, la técnica, el estudio, los años de carrera de un medico
no habían conseguido remediar sus dolencias ni dar con el mal
causante de su tortura , difícilmente lo conseguiría una persona
prácticamente analfabeta que vivía aislada de la civilización,
apartada de la ciencia y la tecnología.
Como no mejoraba y su
carácter se agriaba a la par que se volvía cada vez mas huraño y
violento, terminó consultando con su mujer a quien contó la
recomendación hecha por su amigo de visitar al curandero.
Su esposa, cansada de
tener que soportar su mal genio y su progresiva violencia, le animó
a seguir el consejo, razonando que nada tenía que perder, habida
cuenta que ya lo había probado todo y nada había dado resultado.
A regañadientes, se
pertrechó de lo necesario para la larga caminata que le esperaba y
empezó su andadura.
Subió montes, atravesó
llanuras, vadeo riachuelos, soporto aguaceros y ventiscas, durmió
en el suelo entre hojarascas y se relaciono con los animales del
bosque.
Después de tres
larguísimas y duras jornadas, finalmente avistó la humilde choza
del curandero. Conforme se acercaba su escepticismo aumentaba
llamándose imbécil por el trabajo que se había tomado en llegar
hasta allí, convencido que sería un tiempo perdido, un tiempo
inútil.
Presionado por estas
ideas y conteniendo a duras penas su furor, penetro en la choza.
Estaba en penumbras y a
penas distinguía nada. Desconcertado miro en derredor pensando que
estaba solo, que allí no había nadie.
Iba a alzar la voz, a
preguntar, cuando escucho una voz que no sabía de donde procedía
que le daba la bienvenida.
Se orientó dirigiéndose
hacia una pequeña lumbre al fondo sobre la que se cocía en un
perol algo no que supo identificar. Al lado vio a un anciano
andrajoso, sentado en el suelo de forma indolente que le miraba
fijamente.
De mala forma y a las
preguntas del viejo, le contó su problema. Este le miro a los ojos
fijamente durante un espacio de tiempo que le pareció eterno, y con
desgana y cierto desdén, se limitó a ordenarle que se afeitase el
enorme mostacho que adornaba su rostro y que después volviese de
nuevo a visitarle.
Manuel, al oír aquello
se quedo sin habla. A la sorpresa siguió un arranque de furia de la
que a duras penas se contuvo.
Repuesto de la sorpresa y
calmado algo el ánimo, le contestó que estaba loco si pensaba que
se iba a afeitar el mostacho que adornaba su cara y del que se sentía
tan orgulloso, simplemente porque él se lo pidiera. Eran muchos los
años que llevaba cuidándolo y se sentía importante con él; le
daba personalidad y por nada del mundo pensaba quitárselo.
El curandero se encogió
de hombros a la par que insistía que se lo afeitase y volviese a
verlo.
Montado en cólera y
echando pestes del jodido curandero, regreso para su hogar,
quejándose de su mala fortuna y afirmando que ya lo sabía, que
aquello iba a ser una pérdida de tiempo, como así había sucedido.
Pasaba el tiempo y no
mejoraba, más bien al contrario, los dolores de cabeza y sus
catarros se hicieron cada vez más intensos. Las visitas a los
médicos, no solucionaban nada, aparte de unas simples mejorías cada
vez mas efímeras.
Llego un momento que los
medicamentos recetados, ya no le aliviaban. Vivía en un permanente
dolor.
Desesperado, sin saber
qué hacer, decidió quitarse el gran mostacho y satisfacer así el
capricho del curandero para volver a verle por ser esa la condición
impuesta.
Conforme se iba
afeitando, gruesas lágrimas resbalaban por su rostro viendo
desaparecer aquella seña de identidad que con tanto amor cuido
durante tantísimos años.
Resignado, con el rostro
afeitado, tomo de nuevo el largo y duro camino que le conduciría
hasta la choza del curandero.
Al tercer día de camino
y faltando poco para llegar a su destino, noto con asombro que sus
dolores de cabeza y jaquecas iban desapareciendo. Ante aquella
situación nueva y tan deseada, elevo los ojos al cielo, sin saber
que pensar.
El curandero le estaba
esperando a la puerta de la choza, y antes de que Manuel dijese nada,
con una sonrisa le dio la enhorabuena por su mejoría, asegurándole
que ya nunca volvería a tener esos problemas.
Manuel no salía de su
asombro. No entendía nada. ¿Cómo podía saber aquel anciano que ya
no le dolía la cabeza? ¿Cómo podía asegurar que ya estaba curado
sin siquiera tratarle, darle pócima alguna, o medicación?
Apiadándose de su
incertidumbre y asombro, le contó que el mal lo llevaba el consigo y
este se había instalado en el gran mostacho que durante tantos años
había cuidado con tantos esmero. Los restos de comida y bebida que
se quedaban entre los pelos y la poca higiene eran el nido ingente de
gérmenes que le provocaban todas las dolencias.
A partir de aquel día,
Manuel fue siempre con el rostro afeitado, y todas las noches
dedicaba un pensamiento al anciano curandero.
Esta es una historia
real, que conocí a través de mis antepasados y que os relato para
vuestro disfrute, y que demuestra que a veces las cosas que parecen
insolubles, tienen un remedio que por simple, desechamos por culpa de
nuestra ignorancia. No siempre la ciencia es la madre de la
sabiduría, lo que nos debería llevar a considerar, que pleitesía,
la justa.
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