martes

REFLEXIONES DE UN JUBILADO (5)


Nostalgia=Frustración

Siempre que llegan estas fechas navideñas, la nostalgia se apodera de mi espíritu. No solamente me pasa a mí, le pasa a mucha más gente. Nos volvemos lacrimógenos, de sensibilidad a flor de piel y tembleques otoñales, que por aquello de guardar las apariencias, disimulamos como buenamente podemos. No está bien visto por la juventud que nos acompaña esos días, observar al abuelo en estado calamitoso, con ojos enrojecidos y la tensión disparada, a punto de fastidiarles la fiesta.
Decía que son fechas entrañables, para vivir en familia, al calor del hogar y que para algunos, se convierten en un derroche de sentimientos.
Se añoran familiares, amigos ausentes y también desaparecidos que quedaron por el camino. La alegría del encuentro tiene un sabor agridulce. La nostalgia se mueve en la balanza en contrapunto con el goce, manteniendo un precario equilibrio. Son momentos en lo que todo alcanza una dimensión con diversos y múltiples colores que a pesar de la humedad en los ojos, hace la visión más clara despertando deseos que el resto del año duermen el plácido sueño de la indiferencia.
Felicitamos con nuestros mejores deseos, y pedimos paz, fortuna, salud, amor y cuantos parabienes seamos capaz de imaginar para todos aquellos que quieran leernos y escucharnos.
Y en ese deseo me mantengo con la esperanza de que ahora, cuando la crisis ataca con mayor virulencia a este país, antiguamente llamado España, la lucidez sea alguna de las virtudes que alcance, aunque sea por vía divina, ( por aquello de que estamos en Navidad y los milagros, ya que por vía de conocimiento, va a ser que no), a tanto desahogado que solo piensa en beneficio propio.
Deseo que amplio a que el sentimiento de solidaridad sea la nueva moneda de cambio frecuente entre el pueblo, y el deseo de prosperar todos juntos, la nueva filosofía de este país
Y es entonces, cuando más álgido es el sentimiento, que te encuentras que en la televisión, aparece un presentador o presentadora felicitando las fiestas con un video con canciones en ingles....!Y digo yo!, ¿Es que no tenemos en España suficientes canciones navideñas o villancicos en español, como para que nos venga a felicitar unas fiestas tan nuestras en ingles?
Seguro estoy, que en esos países de habla inglesas, cada vez que felicitan las navidades a la ciudadanía, lo hacen poniendo canciones en español..!No, si ya te digo!...Si es que somos de un buenismo que no hay por donde cogernos.
Estamos llegando a un extremo, entre los que quieren eliminar todo lo que suene a religión católica y los que, aceptándola, intentan introducir pasajes ajenos con ánimo de no ofender a los que reniegan en idioma propio y alejados del culto que denostan, que poco a poco cualquier parecido con la realidad, será pura coincidencia que a duras penas se mantendrán en el espacio y el tiempo.
Lo que se busca por muchos de estos intrépidos adalides del buenismo, es aquello que estudiamos y tantos quebraderos de cabeza nos dio en nuestra época estudiantil: "Acción=Reacción", y que me vale como contraposición al título de este lamento mío.
No quiero despedir esta ultima reflexión mía, sin felicitaros y desearos que tengáis unas magnificas Fiestas Navideñas , y que el año próximo venidero, la Paz, la Salud y la Felicidad, sean los personajes que visiten con más frecuencia vuestros hogares

EL CURANDERO


Os voy a contar una historia escuchada cuando yo era niño, es decir...!hace ya mucho tiempo!
Es verídica y viene a certificar algo que la experiencia me ha venido demostrando a lo largo del transcurrir de mi vida.
Es una historia que por su simpleza no deja de tener su gracia lo que le otorga un encanto añadido.
Había una vez en un pequeño pueblo de la Galicia profunda, un hombre que sufría de continuos dolores de cabeza, mareos, catarros, cefaleas......
Aquel hombre se llamaba Manuel, y a la altura de esta historia, había visitado ya todos los médicos de la zona, sin que ninguno pusiera remedio a sus males. A lo máximo que llegaban, era a unos alivios momentáneos. Ninguna de las terapias seguidas habían dado resultado.
Desesperado, consulto con un amigo, quien le recomendó visitar a un famoso curandero que vivía allende las montañas, alejado del mundanal ruido de la comarca, a lo que se negó. El no creía en esas cosas.
Razonaba que si la ciencia, la técnica, el estudio, los años de carrera de un medico no habían conseguido remediar sus dolencias ni dar con el mal causante de su tortura , difícilmente lo conseguiría una persona prácticamente analfabeta que vivía aislada de la civilización, apartada de la ciencia y la tecnología.
Como no mejoraba y su carácter se agriaba a la par que se volvía cada vez mas huraño y violento, terminó consultando con su mujer a quien contó la recomendación hecha por su amigo de visitar al curandero.
Su esposa, cansada de tener que soportar su mal genio y su progresiva violencia, le animó a seguir el consejo, razonando que nada tenía que perder, habida cuenta que ya lo había probado todo y nada había dado resultado.
A regañadientes, se pertrechó de lo necesario para la larga caminata que le esperaba y empezó su andadura.
Subió montes, atravesó llanuras, vadeo riachuelos, soporto aguaceros y ventiscas, durmió en el suelo entre hojarascas y se relaciono con los animales del bosque.
Después de tres larguísimas y duras jornadas, finalmente avistó la humilde choza del curandero. Conforme se acercaba su escepticismo aumentaba llamándose imbécil por el trabajo que se había tomado en llegar hasta allí, convencido que sería un tiempo perdido, un tiempo inútil.
Presionado por estas ideas y conteniendo a duras penas su furor, penetro en la choza.
Estaba en penumbras y a penas distinguía nada. Desconcertado miro en derredor pensando que estaba solo, que allí no había nadie.
Iba a alzar la voz, a preguntar, cuando escucho una voz que no sabía de donde procedía que le daba la bienvenida.
Se orientó dirigiéndose hacia una pequeña lumbre al fondo sobre la que se cocía en un perol algo no que supo identificar. Al lado vio a un anciano andrajoso, sentado en el suelo de forma indolente que le miraba fijamente.
De mala forma y a las preguntas del viejo, le contó su problema. Este le miro a los ojos fijamente durante un espacio de tiempo que le pareció eterno, y con desgana y cierto desdén, se limitó a ordenarle que se afeitase el enorme mostacho que adornaba su rostro y que después volviese de nuevo a visitarle.
Manuel, al oír aquello se quedo sin habla. A la sorpresa siguió un arranque de furia de la que a duras penas se contuvo.
Repuesto de la sorpresa y calmado algo el ánimo, le contestó que estaba loco si pensaba que se iba a afeitar el mostacho que adornaba su cara y del que se sentía tan orgulloso, simplemente porque él se lo pidiera. Eran muchos los años que llevaba cuidándolo y se sentía importante con él; le daba personalidad y por nada del mundo pensaba quitárselo.
El curandero se encogió de hombros a la par que insistía que se lo afeitase y volviese a verlo.
Montado en cólera y echando pestes del jodido curandero, regreso para su hogar, quejándose de su mala fortuna y afirmando que ya lo sabía, que aquello iba a ser una pérdida de tiempo, como así había sucedido.
Pasaba el tiempo y no mejoraba, más bien al contrario, los dolores de cabeza y sus catarros se hicieron cada vez más intensos. Las visitas a los médicos, no solucionaban nada, aparte de unas simples mejorías cada vez mas efímeras.

Llego un momento que los medicamentos recetados, ya no le aliviaban. Vivía en un permanente dolor.
Desesperado, sin saber qué hacer, decidió quitarse el gran mostacho y satisfacer así el capricho del curandero para volver a verle por ser esa la condición impuesta.
Conforme se iba afeitando, gruesas lágrimas resbalaban por su rostro viendo desaparecer aquella seña de identidad que con tanto amor cuido durante tantísimos años.
Resignado, con el rostro afeitado, tomo de nuevo el largo y duro camino que le conduciría hasta la choza del curandero.
Al tercer día de camino y faltando poco para llegar a su destino, noto con asombro que sus dolores de cabeza y jaquecas iban desapareciendo. Ante aquella situación nueva y tan deseada, elevo los ojos al cielo, sin saber que pensar.
El curandero le estaba esperando a la puerta de la choza, y antes de que Manuel dijese nada, con una sonrisa le dio la enhorabuena por su mejoría, asegurándole que ya nunca volvería a tener esos problemas.
Manuel no salía de su asombro. No entendía nada. ¿Cómo podía saber aquel anciano que ya no le dolía la cabeza? ¿Cómo podía asegurar que ya estaba curado sin siquiera tratarle, darle pócima alguna, o medicación?
Apiadándose de su incertidumbre y asombro, le contó que el mal lo llevaba el consigo y este se había instalado en el gran mostacho que durante tantos años había cuidado con tantos esmero. Los restos de comida y bebida que se quedaban entre los pelos y la poca higiene eran el nido ingente de gérmenes que le provocaban todas las dolencias.
A partir de aquel día, Manuel fue siempre con el rostro afeitado, y todas las noches dedicaba un pensamiento al anciano curandero.
Esta es una historia real, que conocí a través de mis antepasados y que os relato para vuestro disfrute, y que demuestra que a veces las cosas que parecen insolubles, tienen un remedio que por simple, desechamos por culpa de nuestra ignorancia. No siempre la ciencia es la madre de la sabiduría, lo que nos debería llevar a considerar, que pleitesía, la justa.
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